Tuesday, March 11, 2008

LA ULTIMA VEZ QUE VI AL ASESINO

Para Saja Kain

No fue ni siquiera cuando ya era un asesino, ni cuando por alguna razón que no me pondré a explicar, -porque entre otras cosas ni el lo supo ni lo sabrá-, tratare de decir como empezó su destino. Como se desarrollo en el esa tendencia a matar cual si se tratase de un oficio mas. Valga la pena afirmar que el le dio una prestancia escabrosa a ese acto infame. Solo me limitare a describir a un hombre con el que me cruce, alguien que la vida me puso frente a frente, en un acto que no tuvo nada de valiente; fue solo un acto cursi, que después iba a desdecir un tanto en la leyenda que se fue formando, que fue moldeando el morbo de la plebe sedienta de sangre, ansiosa de muerte, ávida de patriotas, valga decir: de asesinos. Esto ultimo propio de una época y de un momento histórico penoso, en el cual aun estamos en esta patria, como suelen decir los criminales, del todo irredenta. Ambos bandos fueron y son tan solo una horda demente y fratricida; la elocuencia nace del fusil, de la bomba aleve, del crimen atroz. El, entonces fue fiel a su destino, tuvo el pulso firme y la mirada certera. No tuvo piedad con nadie. Fue un asesino natural, forjado por el odio de una clase social cansada de pagar sobornos, de cancelar secuestros, vacunas, extorsiones. Ese, entonces podría decirse fue el inicio de mi vecino en el mundo del atentado, del asesinato vil y sobre seguro. El no tuvo ningún problema para hacerlo, no lo pensó mucho cuando le dieron la primera orden de matar, no tuvo ningún reato de conciencia, no se consagro a ninguna virgen. La muerte y el fueron manos y guante, dedo y anillo, encajaban perfectamente. Eso preocupo, por supuesto, a sus mentores; sobre todo cuando veían los resultados de sus órdenes, la firmeza de la ejecución, la prontitud y el esmero de su desempeño. Recordaban cuando para probarlo, le dieron ese encargo de liquidar uno a uno a sus antiguos amigos, hasta la prueba final: su hermano el paralítico, a quien lanzo al fondo de un precipicio. El pues, acabo con enemigos de sus amigos, de sus patronos, pero pronto
sus patronos empezaron a temerle. ¿Que hacer con este hombre cuando todo acabase? ¿Su fin? ¿ Habría fin?. Bien sabían que el dinero no le importaba
Tanto como tener a quien matar, como tener a quien odiar; ese era su alimento, su pasión era el crimen, vivía para ver morir, vivía para matar.


Su elocuente obra llenaba cementerios enteros; paginas enteras
Se escribían con sus infamias. Era del bando victorioso, del que arrasaba ciudades y llenaba de pavor al enemigo con sus actos de violencia, realizados en veces por el mismo, en veces eran sus ideas despiadadas las que bañaban de sangre a esa llamada patria, por los héroes, léase por los criminales, quienes al fin habían encontrado al caudillo victorioso, al adalid de la muerte victoriosa. Sus patronos contemplaban aquel engendro salido de sus propias entrañas. Callaban, temerosos a ser descubiertos; aprobaban sumisos cada orden de tierra arrasada. Cada ejecució; publica, aprobaban y callaban,

Callaban y aprobaban, ninguno confesaba tener vínculos con el, ninguno decía esta boca es mía, cuando salían las noticias de las masacres, cuando aparecía el en persona a confesar cada atroz acción; cuando afirmaba que no había escapatoria para aquellos que no pensasen como el pensaba, ni como pensaban sus patronos, esos prohombres que lo alimentaban, que saciaban su apetito. Tuvieron que pasar muchos años para que al fin recordara esa la que fue la última vez que lo vi., esa vez en la que contemple su rostro de niño que huía de la escena del crimen de sus padres. Dicho crimen, dicen, fue el detonante para que aflorara la bestia en aquella criatura, pero lo que no saben aquellos que nutrieron de odio al odio, fue que el siendo un niño, gozo de aquel asesinato como iba a gozar tiempo después de los cometidos a nombre de otros. La vida me dio la oportunidad de verlo, ya siendo un héroe, fue ya lo dije un acto cursi, de un hombre cursi, muy importante de la patria,- la vida me enseño que hay que temer a aquellos hombres que dicen: -la patria- Este hombre lo condecoro en publico el mismo día de la traición, el mismo día en que los patronos resolvieron el acertijo de que hacer con el, pusieron otro asesino en aquel acto de frivolidad sin limites, me pusieron a mi.


Santiago Quintana Carrillo




Cali, enero 09 de 2001

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