Wednesday, April 11, 2007

LA RECTORA

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, este es un texto que pretende estar dentro de los limites de la ficcion y su intencion es estrictamente la de recrear una situacion de caracter universal. Pues todo lo restante es unicamente literatura y, a veces, la realidad supera la ficcion.

La vi aquella mañana de agosto por primera vez, se encontraba frente a un pequeño espejo y se pintaba los labios, sonreía con su sonrisa de roedor que años mas tarde iba a ser tan oportuno recordar. Daba ordenes con su voz de marcado acento campesino, si, acento paisa, propio de los de Sevilla y Caicedonia. Hijita barra bien, - vea mijita ¡si usted no sirve para barrer y lleva años haciéndolo!, ¡se me va, porque los otros no habían visto la mugre, vea, vea eso, gas! Mire el mugrero- Así le hablaba a Omaira y así iba a ser con todos, era la nueva rectora. -Si, mijito, ¿en que puedo servirle?-, me dijo con un dejo de caída libre fonética, con ese mijito que se repetiría tanto y que llegaría a odiar; con esa empalagosa entonación de las personas que, como ella eran hipócritas, y donde la palabra falsete tenia doble connotación.
Doctora, le respondí, -soy el profesor de historia y vengo a ponerme a su disposición-. ¡Claro! después entendí que todos estaríamos a su disposición ¡Y de que manera! -Siéntese mijo, siéntese que ya no crece más-. Me senté y comencé a observar su rostro regordete, sus manos llenas de baratijas, su cuello con collares de dudoso diseño, su parloteo insulso ¡con esa voz! ¡Dios mió esa voz! Me contó a grandes rasgos parte de su historia personal, con su particular manera de enfatizar en su fuerza, en su voluntad, en su desprecio por los consensos, -La democracia es una farsa, decía y repetía,- siempre debe de existir alguien que mande y quienes obedezcan-, porque de lo contrario las cosas no marchan, ¿comprende mijito? ¿Ya tiene la idea de lo que yo quiero hacer en esta institución? ¿Verdad que si? -Si señora-, le contesté presagiando lo peor.
¡Y a fe que así sería!, lo que hay que aguantar para mantener un puesto, ¡para comer! ¡Carajo!. La Institución, era un centro de enseñanzas tecnológicas, ubicada al norte de la ciudad, una pequeña fábrica de tecnólogos, en cuyo cartón figuraba la palabra profesional para darle mayor credibilidad a su mediocre formación; estaba en proceso de crecimiento, es decir, el negocio se disparaba, por este motivo estaba ella, al mando, y cual raro espécimen, propio de estas latitudes, asumiría su papel de Fausto femenino, le vendería su alma la diablo, ya doblando la esquina, promediando los cuarenta, en esa edad en la que todo parece perdido. Una demonia regordeta en su pequeño reino, el cual fue construyendo a su imagen y semejanza. Pero ella no siempre había sido así, recordaba no sin nostalgia, cuando jugaba Básquet Ball y era de las buenas encestadoras del colegio, a ella le tocó echarse al hombro la casa cuando falleció su madre, acabo de criar a sus hermanos, y sacrificó los mejores años de su vida en esa labor, hasta cuando conoció al músico, ¡ella con un músico!, con ese oído de artillero y ese sentimiento de militar que le recorría por todo el cuerpo. Pero así era la vida, la vida siempre se las arregla para crear la paradoja, aunque otros dicen que ella lo que quería era alguien que la preñara, pero esas son las consejas de los pueblos, cargados de odios, llenos como ella de resentimientos y temores, que llevan a ver enemigos hasta en sus propias sombras.
Lo cierto fue que se tomó la institución, con mano férrea la puso a producir y llegó la inversión. Poco a poco se arreglaron con triquiñuelas de todo tipo las cargas laborales, para eso fue importante un hombre pequeñito, de gran barriga y de una ignorancia proverbial para todo lo que no fuera el tecnicismo jurídico, el malabar retórico-jurídico de los contratos; este espécimen diseñó la matriz legal que blindaba la Institución contra todo reclamo laboral, una alianza que dio sus frutos, el éxito estaba pues, asegurado. Entre tanto yo repetía clase a clase la desiderata, permitía ser utilizado y me convertía en ventrílocuo de lo que pedía la institución. Omaira la miró desde su posición que era mas o menos detrás del asiento en el que yo estaba escuchando a la Doctora. Su poca fe en la democracia y sus planes para con nosotros; era la primera vez que la veía, la señora del aseo limpiaba con infinita curia cada rincón de esa oficina, sabia que era muy fácil decir que estaba sucio el piso aunque este resplandeciera, que era muy sencillo decir que no servia ni para traer un tinto, si se le daba la real gana; yo también empezaba a saberlo, asentía cuanto ella decía, movía tan solo la cabeza y el movimiento de la cabeza lo acompañaba con un ¡pero por supuesto!. Necesitaba ese puesto, todos lo necesitábamos y a todos nos iban a enfrentar para mantenerlo; fue entonces cuando conocí a Roberto, un hombre contrahecho, enjuto, de cara redonda y ojos claros, pelo aindiado y colorado, una configuración que era fácil de imaginar como propia de las personas que son producto de matrimonios mixtos, tenia un buen registro de voz, eso le daba una personalidad extraña, uno no sabia de donde salía esa voz, mejor dicho ese tono contrastaba con el resto de su personalidad, él entraba también en la batalla, en la desgastante y rutinaria lucha cotidiana. Se le notaba de lejos su acendrada forma de querer quedar bien a toda costa, de ganar puntos con su retórica prestada de algún programa de consejera familiar de la radio mañanera. Los estudiantes lo llenaban de anónimos hirientes por su condición arrodillada, lo dibujaban como un cerdito. Él organizaba los eventos desde la perspectiva del maestro de escuela en un barrio pobre, su tono circense en cada presentación en las que llenaba de adjetivos laudatorios a la señora rectora, quien no se le quedaba atrás en pobreza conceptual, sus discursos eran matizados por obscenas imágenes sacadas del refranero popular paisa, palabras de mal gusto se enredaban con la explicación de la nueva pedagogía que iba a implementar, la novedosa pedagogía que se reduciría a lo mismo de siempre, palabrería prestada de un investigador de una universidad local, quien hablaba español con acento francés y tono de su pueblo natal, allá en Boyacá. Él por un buen pago, se prestaría a servirle de muleta teórica en su empeño dictatorial, revestido de retórica posmodernista.
La piratería también es propia de intelectuales, todos tenemos un precio, esa era la consigna, se pueden comprar postgrados y maestrías, así como se puede vender el alma al diablo. Había un feo dicho, como todos sus dichos, que ella repetía, -yo no se hacer empanadas pero sí se quién las hace- Ese era el tamaño de nuestra desgracia, de mí desgracia. Ser profesor no tenía ninguna diferencia con cualquier otra profesión, nosotros éramos los intermediarios de la venta de un paquete educativo modular, la gran pedagogía en la que el investigador de marras gastaba su tiempo, se podía sintetizar en eso. Tenía pues un discurso para cada auditorio, allí era ese, el simple y llano, de la dialéctica del tendero, de la compra y venta, allí hablaba el boyacense de pura cepa, en otras lo mismo, pero con acento francés y un incomparable numero de citas. ¿Ustedes piensan que realmente le hablaba a alguien? ¡No¡ se hablaba a sí mismo, nos embaucaba, cobraba y se iba. Atravesaba el espejo donde se contemplaba la rectora, a la que se refería por su nombre y en diminutivo, el dinero establece unos lazos inquebrantables y paradójicamente ¡efímeros! Esto va a cambiar, continuaba diciendo nuestro personaje, ¡vamos a cambiar todos, o nos vamos!, y seguía mirando a Omaira que no sabia si seguir sacándole brillo al piso, o a las paredes. Luego miraba a don Roberto, a su presentador personal, a su voz cantante, a su vocero, que engolaba su voz artificiosa, de personaje virtual, para sugerirle algo ya sabido, algo que ella ya había dicho y entonces se repetía esta escena que parecía ensayada, -Usted si me comprende Roberto, un profesor como Usted es lo que yo quiero, mejor dicho quiero que todos sean como Usted-. La vida es muy dura, pensaba para mis adentros, mientras el gordito de cabello colorado y ojos claros se ponía rojo de contento.
El tiempo había corrido, como suele correr en el trópico, dejando la triste sensación de congelamiento, pero que de cuando en cuando nos sacude para sacarnos del letargo acostumbrado, de esos ciclos del salario, de las vacaciones, de que todo estaba igual y al mismo tiempo, todo estaba cambiando, de lo otro y de lo mismo. Los estudiantes se apretujaban en los salones como prueba irrefutable que el negocio marchaba. El sol del medio día hacía imposible el desempeño normal y la puesta en práctica de cualquier pedagogía; recurríamos a las salidas pedagógicas, a visitar museos, parques, supermercados, cualquier cosa, cualquier evento servia con tal de huir de aquel hacinamiento, de aquel ambiente que se había vuelto insoportable ante el cumplimiento de objetivos, que la nueva contratación. Una sicóloga, había impuesto, con esa calidad que también le ha hecho a las empresas japonesas como Toyota. Era el frío cálculo para aburrir a los más antiguos, para descargarse de las responsabilidades laborales, para acabar de una vez por todas con un pensamiento no autoritario, si es que había alguno en ese régimen del terror que se traducía siempre en la manida frase amenaza:- mijo no patee la lonchera- Y es que patear la lonchera era no estar de acuerdo y no en cosas de fondo, no, era no estar de acuerdo en la prohibición de cualquier cosa, salir un minuto antes, hablar con los colegas en el patio, y allí Kafka recobraba su naturaleza tropical, Kafka entonces era un escritor costumbrista en nuestro medio, era chistoso ver como son tan familiares sus personajes, como sus temores son cosa de todos los días, en nuestra rutina diaria. Ser un insecto o amanecer creyéndonos uno, era lo más normal del mundo, que nos culparan de cualquier cosa era lo común, el pan diario, porque no había que patear la lonchera, ¡por supuesto! Pero es que la Institución quería lo mejor para nosotros, su presidenta primero, y luego su hermanito presidente después. Cuando ésta declinó su cargo, sólo querían nuestro bien y nosotros no estábamos a la altura de tanta bondad, robándoles su dinero al no estar en los salones puntuales, en salir a tomar tinto, en hablar en los pasillos, en llegar tarde a laborar, así fuera un minuto, ese minuto dolía en lo más profundo de su corazón de caja fuerte. Por eso ella estaba allí para recordárnoslo a todo momento. Usted sabe lo difícil que está la cosa en la calle, Usted comprende los sacrificios que hacemos para que tenga una buena carga académica. Ese martirio de cada semestre, la lucha por la carga académica, por los módulos, por triplicarnos, en las jornadas de mañana, medio día y noche, allí estábamos nosotros luchando, porque como decía en una de las dichosas entregas de carga académica, nosotros teníamos que portarnos bien con nuestros clientes, -léase alumnos-, prestar un excelente servicio al cliente, cliente satisfecho, trae más clientes, y aquí venían las inefables palabras propias del folclore sevillano: olemos la pecueca de los otros pero no la de nosotros mismos, no era una frase ni de Bordieu ni de Merieu, no tendríamos que soñar con que despertara Ruusseau, como nos pedía el investigador por contrato, el embaucador desleal, el boyacense de pura cepa. Tan sólo debíamos recordar ese olor de los pies. Era una de sus frases celebres que me daban escozor, donde al preanunciarla, nuestra inefable rectora adquiría toda su fuerza y personalidad más notable, era la típica matrona paisa al mando de una finca cafetera una día de cosecha. Nunca había tenido conciencia como hoy, de cuanto dolor les causa a algunas personas el pagar un salario, ese sentimiento absurdo de que los están robando, de que están perdiendo plata como suelen decir a cada rato, cuando nos congregaban en las celebres jornadas de integración. Por eso estaba ella allí, por eso esa estrategia infame de ponernos unos a otros a luchar por el puesto. A competir por los módulos, cada modulo un contrato y ¡Usted no tiene nada fijo!, tan sólo la idea de que si se le da la gana le quitará su carga académica, y vuelve y juega Kafka, cualquier cosa le dirán, es el sistema especial de contratación el que determina como, donde y, cuando, usted es merecedor de su paga, es la pedagogía del hambre. Pero no me pondré dramático, de eso no se trata, se trata de saber cuál es la actitud y la aptitud de nuestro personaje. Volvamos al principio que apenas la estoy conociendo.
Omaira sigue limpiando el piso, el piso brilla pero si se le da la gana le dice que esta sucio, ya se lo había dicho; está el locutor regordete y entran otros profesores, hay uno con un leve parecido a Bin Laden; ella repite que el gordito de la voz engolada es lo más cercano al perfecto profesor digno de nuestra institución ¡y ojala todos fuéramos como él! Y ¿los alumnos? Esa abstracción se concreta en nombres, números, sujetos de carne y hueso, personas, seres humanos, que viven, sueñan, disfrutan, sufren, soportan una sociedad enferma, enferma de odio, ellos están necesitados de horas y horas de reflexión, de un humanismo que quizás los salve de un destino atroz. Necesitan amor, sentirse acogidos por la escuela que tan sólo los ve como clientes y les enseña la quinta esencia de la guerra del mercado, la codicia de la lucha por la subsistencia, el trampantojo de la educación que se mueve como se mueven las mercancías, ellos son nuestras mercancías, nuestros clientes -afuera reina el terror de la lucha por la subsistencia, eso lo reflejamos-, ellos se miran en nuestro espejo. Estas reflexiones me acechan cuando se aproxima otro fin de año, otro fin del segundo periodo. Recuerdo esa mañana de mayo cuando la vi por primera vez pintándose los labios, temblorosa, ahora estoy en su nueva oficina, muchas cosas han cambiado, ella también compró los cartones que la justifican ante las autoridades educativas por su puesto, valga decir, que sigue siendo la misma, con sus mismos dichos, ahora se siente más cómoda, ha salido de cuanto profesor ella imaginó, se podría oponer a su dictatorial destino.
Pero aún sigue Omaira limpiando los pisos una y otra vez, las paredes una y otra vez, otros y otras se han tenido que ir,- a ¡robar plata a otra parte!, el ¡tiempo de la institución es sagrado!- El tiempo mío en la institución terminó esa misma mañana de fin del primer periodo. ¿Por qué? A ¿quién le interesa saber por qué? Yo ya se lo había dicho mijito me repitió una y otra vez, no sabe cuanto dolor me causó tomar esa decisión, pero su actitud mijito. -Mi actitud repetí, de eso se trataba de la actitud y aptitud, de nuestra actitud y de su aptitud. Salí por esa misma puerta por la que había entrado tantas veces, todo estaba igual, nada estaba igual, el trópico tiene eso, que el tiempo es otra cosa, la rectora quedó en su reunión repitiendo su discurso, ahora matizado por esa pecueca que es su relación con la pedagogía y los libros, sólo mal olor genera su actitud con el mundo.

Santiago de Cali abril 2007

5 comments:

Anonymous said...

Le pegaste viejo Santi... este es el mejor retrato que han hecho de este y estos personajes, que parece que ya olvidaron el caracter efímero de sus pequeños poderes, en horabuena, aunque muy cortito.... deberías aprovechar el tiempo del que dispones y recrear esta situación pero en un contexto mucho mas amplio, digamos en una novela, vos sabés que material hay...
Y otra cosa, que mal la reculada que pegaste -despues que te llamaron a orden-, te faltaron güevos para asumir con hombría la autoría de este texto.... ahí si te ví muy mal, perdiste puntos....! eras mi ídolo.

Unknown said...

No sabés el revuelo tan tenaz que causaste con esta publicación. Lo grave del caso es que salió en un momento en donde a tus excompañeros los tienen reventados y presionados por todos lados. Con decirte que la rectora aquella cree en la complicidad de más de uno, y tomará sendas medidas drásticas para desmembrar todo tipo de sociedad al interior de aquella pequeña fábrica de ilusiones. Una lástima, aunque si tan solo te hubieses esperado a que fueran las vacaciones y el panorama laboral ya estuviera definido. No pensaste en ellos. Mal amigo.

DOÑA MANDRAKE said...

Así como te lamentaste alguna vez por tener que soportar ese hedor para "comer", asi me lamento a diario por soportar tan mediocre educación para tener un título aparentemente decente (ja!)...
un gordito inteligente, ese que luce como laden y obviamente vos me dieron fuerzas pa seguir pasando por esa puerta cerca al trono de la cerda rectora... se le agradece -cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia- (escriba más, ud sabe que material hay de sobra, buena esa!)

Princess Airin said...

Axel dijo...
Una lástima, aunque si tan solo te hubieses esperado a que fueran las vacaciones y el panorama laboral ya estuviera definido. No pensaste en ellos. Mal amigo.

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Lo siento, con esta clase de injusticias no se debe perder el tiempo, mal amigo no és, si a esta señora le dolió tanto esto, es porque le cayó el guante y bien "cachetiado"
Suerte con la educación mediocre

LDPR said...

JAJAJAJAA que divertido... esto es para ponerlo a concursar en convocatorias se cuentos y cosas así. Te felicito porque le diste en la peladura a esa vieja ridícula que oculta su ignorancia en la prepotencia de sus acciones, la retrataste tal y como es.. aunque en honor a la verdad... fuiste demasiado caballeroso... te faltó desnudarla màs porque se que tenés argumentos y evidencias de sobra.

Cuando sale la secuela?