La calle era la misma, no había conocido otra, el silencio prolongado del amanecer le resultaba cuando menos enfático, venia de sus pesadillas, de esas pesadas jornadas en las cuales no existía otra cosa que muerte, rostros desfigurados por el odio, cuerpos perfilados en abismos insondables y una suculenta rutina de pesares que harían languidecer al mismo demonio. Ahora solo el recuerdo, mientras hacía angosta la ciudad hacia el oriente, mientras caminaba entre rostros extraños y murmuraba como una plegaria sus dolores y sus extraordinarias visiones; yo fui quien mato a esos seres, el que violo con alegre pasión en ese carnaval de locura que fue la guerra que forje y ayude a forjar, el que decapite y defenestré con la moto sierra, yo estuve presente en esos tormentos y me alimente de ellos, ahora recibo este silencio y esta calle y estas miradas cómplices de un país que ayude a rehacer, un país de dolientes, este es mi país y esta es mi patria, yo el héroe entre estas cruces entre esta ordalía de juiciosas apariciones y de silencio. Estoy muerto, más que muerto y camino por esta calle hacia ninguna parte, ya he llegado.
EL HOMBRE QUE PIDE
El hombre camino despacio por entre las personas que hacia una fila larga como un largo bostezo de medio día, mostro sus ulceras y estiro la mano, nadie lo vio, yo lo vi y puedo asegurar que esas ulceraciones eran genuinas, hasta hedía, pero yo no soy nadie soy uno más que bosteza.
UN HOMBRE DE MAR
He vuelto al mar o mejor sería decir que el mar volvió hacia mí, me había perdido, me había abandonado en un abismo, un mar sin abismo es una falsedad, es una tarjeta postal, del mar que le hablo es el mismo mar de Conrad o de Turner es el que ruge con su voz de antiguo dragón y de monstruos no contados aun, el que se apareció en mis noches cuando era un niño y retumbo en el cuarto y agrieto la casa y desde entonces ruge debajo de mi cama y no ha dejado de rugir. Me había abandonado y ha vuelto, ¡hay de mí.
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